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Playful woman with an ice-cream showing her tongueHace unos días oí un desafortunado comentario sobre la asignatura de Lengua, a raíz de los exámenes de septiembre. “Pero si eso no les sirve para nada. ¿Para qué les va a servir eso en el futuro?”.

Me dio mucha pena. Igual me chocó tanto porque desde siempre he oído a mis padres que la lengua es nuestra patria, es la casa que habitamos. Nos da las herramientas para expresarnos y sentir. Por esta razón, saber varios idiomas me parece algo casi mágico. Cada lengua, con sus reglas, sus giros, sus dichos, trae consigo una sensibilidad distinta, una mirada distinta y una enorme riqueza.

Julián Marías lo expresó así: “La lengua es una de las dimensiones de la instalación del ser humano en su vida. Es el ámbito o morada primaria, la primera interpretación de la realidad. No sólo se habla, sino que se vive en una lengua; en ella vivimos, nos movemos y estamos”.

También me parece esencial recordar que el lenguaje y el pensamiento son insustituibles para nuestra especie. Las palabras son un código de comunicación imprescindible, pues nos permiten pensar y entendernos.

Es más, las palabras nos construyen como humanos. Los antropólogos coinciden en afirmar que pensamiento y lenguaje se entrelazan: el pensamiento hace posible el lenguaje en el ser humano y, al mismo tiempo, el pensamiento se alcanza por medio del lenguaje.

José Antonio Marina también destaca el papel del lenguaje para la creatividad humana en su libro “Teoría de la Inteligencia creadora” cuando afirma que “Podemos formular planes sin palabras, pero sólo si son sencillos y próximos. Nuestra planificación progresa en forma de palabras”.

Considero esencial que enseñemos a disfrutar y amar la lengua. A utilizarla y valorarla. A descubrir su potencial y su belleza. Que procuremos una enseñanza de la lengua y la literatura no solo teórica, sino cercana y provista de emociones.

Aún recuerdo una profesora de 1º de BUP (equivalente al actual tercero de la ESO, con 14 años) que nos pedía como deberes escribir todos los días una redacción sobre algo que nos hubiera pasado. Al avanzar el curso disfrutábamos cada vez más con ello y nos sentíamos orgullosos de nuestro trabajo. Recuerdo que era emocionante cada mañana el momento de decidir compartir o no con la clase nuestras redacciones. Y escuchar las lecturas con las que nos sorprendían cada día los compañeros, generando a veces sonrisas y carcajadas, y otras veces lágrimas, bocas abiertas de incredulidad, admiración… Esa oportunidad de conocernos, de empatizar con otros, y la atmósfera de complicidad y respeto que se creaba, tal vez eran la mejor lección de todas.

Este año mi hijo mayor empieza tercero de Secundaria y espero que tenga oportunidad de disfrutar algo parecido. Una clase donde la lengua sea algo vivo. Sé que no es sencillo porque las exigencias son muchas. Además del complicado reto de seguir potenciando el gusto por la lectura. Además de los comentarios de texto y el análisis sintáctico de complejas oraciones. Además de todo eso, sería ideal que la materia de Lengua les dejase también un espacio para dar salida a sus pensamientos, su energía, su capacidad de reflexión, sus emociones, su idealismo y su capacidad crítica.

Lo harán seguramente en un entorno de tecnología, a través de blogs, distintas aplicaciones y redes sociales, acompañados de música e imágenes, pero sin olvidar la materia prima de la lengua para construir y matizar sus ideas.

Yo no creo que la asignatura de Lengua no valga para nada, sino todo lo contrario, en mi opinión vale para todo. Sin ir más lejos, para algo tan sencillo como sentirse cómodos en el uso de las palabras… para algo tan esencial como pensar, argumentar y relacionarse, para contribuir a construir su entorno.

Por suerte, entonces y ahora sigue habiendo grandes profesores a nuestro alrededor que se esmeran y aplican su creatividad para ofrecer a sus alumnos sesiones donde disfruten la magia de las palabras.

Mil gracias de corazón.

 

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