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Las palabras dan forma a nuestra visión de las cosas.

Por eso no es indiferente qué palabras elegimos para describir lo que hacemos, o para explicar a los demás lo que sentimos o necesitamos, o por qué no, lo que nos aportan.

Creo que nos interesa ser conscientes del magnífico don que poseemos los seres humanos con la palabra. En este artículo muestro algunos ejemplos que tal vez nos lleven a cuidar las palabras que queremos utilizar en nuestro día a día, con los demás y con nosotros mismos. Veamos distintos motivos.

  1. En primer lugar, las palabras tienen impacto en nuestra productividad personal. Un contexto concreto que me parece muy interesante y convencerá a los más pragmáticos es el de escribir nuestra lista de tareas.

Recientemente me pasó que quería conocer la aplicación para trabajo en remoto Padlet, de la que me habían hablado muy bien, y llevaba muchos días con la palabra genérica Padlet en mi lista de tareas. Cuando me di cuenta, concreté más la tarea con un “ver tutorial de Padlet” y esa misma mañana lo incluí en las tareas realizadas. Después incluí otra tarea “Crear un ejemplo de Padlet” y no me costó mucho dar el paso de crear un primer borrador de lienzo para usarlo un curso.

La forma habitual de escribir nuestra lista suele ser enumerar tareas como: artículo sobre x, factura z, taller coche, etc. A priori parecería que ganamos tiempo ahorrando palabras pero en este caso vale la pena invertir en algunas más. No olvides añadir los verbos, pues nos ayudan a visualizar la acción, y fragmenta los proyectos en tareas más reducidas y concretas.

De este modo, nuestra lista resultaría algo así como:

– elaborar mapa de ideas para el artículo

– desarrollar introducción del artículo

– imprimir factura z

– llamar al taller para cita

Tal vez obtengamos alguna tarea más en la lista, pero cuanto más concretas las palabras que utilicemos, nuestro cerebro las percibirá como más asequibles y tendrá mejor disposición para realizarlas. Puedes hackear tu mente para la productividad con tus palabras. Pruébalo y verás que funciona.


2. Nuestras palabras tienen un impacto en nuestro estado emocional y nuestro enfoque. 

Fíjate que no te sientes igual si dices “Soy un desastre” o “Soy muy torpe” que si dices  “No me gusta lo que ha pasado y voy a aprender para que no me vuelva a pasar”. ¿Dónde prefieres poner el foco?

Hay palabras y frases que reducen la fuerza y determinación de nuestros mensajes e incluso la confianza hacia nosotros mismos. Por ejemplo, te propongo atender a si aparecen con frecuencia en tus conversaciones y pensamientos estas expresiones u otras parecidas.

No puedo. Si decimos que no podemos, realmente no podremos. Veamos si queremos utilizar esta expresión, o en su lugar construir otra frase que nos impulse hacia lo que sí podemos, queremos y vamos a hacer.

No sé si... Cuando se repite muy a menudo, indica falta de confianza. ¿En qué quieres enfocarte? Es muy distinto pensar  “Me gustaría saber si…”, “Voy a llamar a Carlos para que me cuente sobre este tema…”, “Voy a leer para averiguar… ”

Intentaré. Tiene un matiz de dificultad y falta de confianza, que nos interesa eliminar en muchas ocasiones, como bien saben los fans de Star Treck.

Debería. El verbo de obligación, unido al condicional, tienen un matiz de peso y dificultad que no nos ayuda. Si se repite, contagia un sentimiento de carga e impotencia. Puede ser mejor algo como “Voy a hacer…”, “Quiero dedicar tiempo a…”, “Elijo hacer…”, “quiero hacer…”. Todas estas expresiones nos sitúan como protagonistas activos de la acción.

Pero. Si la expresión pero va después de una frase que expresa intención, hemos de saber que le restamos toda su fuerza. “Quiero buscar una alternativa, pero…” Presta atención a esos contenidos si se repiten, para evitar el efecto del “borrador universal”. Como en “Has hecho un buen trabajo, pero…”

Aunque el “pero” no siempre es negativo. Cuando va detrás de la expresión de un problema o dificultad, le estamos quitando fuerza al obstáculo. “Sabemos que se han presentado más candidatos, pero nosotros ofrecemos algo diferente”. 🙂

Y aún hay más sobre el poder de las palabras

3.  Nuestro léxico es el mapa del mundo que heredamos de niños de nuestros padres y de nuestra cultura, pues cada cultura ha segmentado la realidad de una manera diferente.

Los lingüistas han estudiado el léxico de los colores en cada lengua y sabemos que, por ejemplo, en finés los nombres para describir la nieve son mucho más numerosos que en otros lugares. Umberto Eco dijo en este sentido que los colores que vemos están condicionados por la lengua que hablamos.

Lo mismo aplica para las palabras con las que contamos para explicar cómo nos sentimos. Podemos diferenciar si sentimos pena, lástima, añoranza, decepción, ansiedad, desasosiego, desconsuelo, inquietud, duda, incertidumbre, desesperación…, o por qué no, si experiementamos alegría, entusiasmo, optimismo, esperanza, ilusión, plenitud, orgullo, euforia, éxtasis…  Nuestra lengua nos hace capaces de acceder a esos variados matices de las emociones  y compartirlos.

De modo que no es extraño que el filósofo alemán Heidegger afirmase que “el habla es la casa del Ser“.

 

4. Por si fuera poco, también sabemos que nuestros pensamientos y creencias -construidas en forma de palabras- influyen en nuestro modo de pensar y comportarnos.

Sabemos que una creencia nos puede condicionar a la hora de tomar decisiones. No es lo mismo creer que ” hay quien nace con estrella y quien nace estrellado” que estar convencido de que “el que la sigue la consigue“.

Atención a lo que creemos porque “lo que crees suele ser lo que creas”.

Por suerte, si somos más conscientes, podemos decidir dónde queremos enfocar nuestra atención. Podemos elegir qué habitaciones de la casa queremos habitar más, si queremos redecorarla o hacer alguna reformilla en ella.  Lo más interesante es que tenemos márgen de elección! Puedes elegir qué mensajes te dices y cuáles vas a desterrar.

5. Y por supuesto, nuestras palabras tienen impacto en los demás. Concretamente, son esenciales en nuestra capacidad para motivar o guiar a otros. Por ejemplo, cuando queremos dar feedback a alguien, una oportunidad de aprendizaje esencial en el terreno profesional y también en el personal (estoy pensando en hijos, pareja, amigos…).

Cuidado con los “Tú siempre…”,  “Tú eres…”  El buen feedback ha de ser claro, específico, concreto, reciente, basado en hechos, pues solo de ese modo tiene el efecto constructivo que buscamos. Huyamos de las generalizaciones (siempre, nunca, nadie, todo el mundo...), sobre todo de las negativas, y de los juicios no basados en datos o hechos.

Es buena idea preguntar y escuchar, en lugar de lanzar directamente nuestro mensaje. Conocer la visión de la persona, su mapa de la realidad, para poder conectar y a partir de ahí aportar nuestro punto de vista. Si es posible, utilizando sus palabras.

También cabe pensar en el impacto de pasar de el yo y el tú al nosotros, o de ofrecer apoyo en el camino de cambio.

Como conclusión, podemos usar el lenguaje como herramienta para aprender sobre nosotros y para cambiar. Observando tus palabras puedes ser más consciente de tu estado y también empezar a cambiar el foco hacia lo que quieres.

También podemos revisar nuestras palabras de forma que mejore nuestra influencia en los demás. Las palabras movilizan, aportan energía o la restan, nos conectan o nos desconectan. ¿Qué tipo de influencia queremos ser?

Sigmun Freud habló de ello: “Palabras y magia fueron al principio una y la misma cosa, e incluso hoy las palabras siguen reteniendo gran parte de su poder mágico. Con ellas podemos darnos unos a otros la mayor felicidad o la más grande desesperación”. 

Ghandi dijo “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”,

¿y si empezamos por algo sencillo, asequible y poderoso como nuestras palabras?

 

 

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